El Embargo a Cuba No Representa los Valores Estadounidenses. ¡Pero Visitar Cuba Sí!

Fernando Bretos

Agosto 7, 2025

Fernando Bretos es un científico de conservación marina que ha trabajado en Cuba por más de 25 años. Se enfoca en la restauración de corales y la resiliencia climática en comunidades costeras del Caribe. Lidera una red de áreas marinas protegidas en el Golfo de México y la Iniciativa Trinacional de Ciencia y Conservación Marina en el Golfo de México y el Caribe Occidental, ambas orientadas a fomentar la diplomacia científica entre países.

El 30 de junio, Donald Trump emitió un memorando presidencial reafirmando la política de “máxima presión” del gobierno de EE.UU. hacia Cuba, que busca someter a la isla a través de sanciones cada vez más duras.

Cuba atraviesa la peor crisis social y económica que se recuerde. El turismo se ha desplomado desde casi cinco millones de visitantes anuales durante la apertura impulsada por el presidente Barack Obama hace una década, a alrededor de un millón en la actualidad. La política vigente busca reducir aún más esa cifra.

La esperanza de un futuro mejor ha desaparecido. Como resultado, desde 2021 unos 1,4 millones de cubanos han abandonado el país, la mayoría emigrando a Estados Unidos.

La política de EE.UU. hacia Cuba ha estado dictada durante mucho tiempo por la comunidad cubanoamericana del sur de la Florida. Ellos también han sufrido. Lo sé de primera mano, ya que mis padres dejaron Cuba siendo adolescentes huérfanos en 1960 como parte de un programa acertadamente llamado Peter Pan. Poco después de que se marcharan, mi tío abuelo comenzó a cumplir una condena de 17 años en la tristemente célebre prisión del Presidio, en Cuba, por transportar equipos a los contrarrevolucionarios en las montañas del Escambray. Fue torturado y nunca volvió a ser el mismo.

Crecí en Miami escuchando todos los días hablar de Fidel Castro y de la necesidad de un cambio de régimen en Cuba. Pero, ya de adulto, he llegado a conocer otra cara de la historia. He viajado con frecuencia a Cuba en los últimos 25 años por mi trabajo como biólogo marino. Geográficamente, Cuba es, con diferencia, la nación insular más grande del Caribe. Alberga la mayor diversidad biológica y de endemismo (especies que solo existen en un área) de la región. Su gente es apasionada y resiliente; rasgos que impresionan a cualquiera que viaje a la isla. En cada visita veo a personas comprometidas con preservar su rica herencia natural y cultural.

Pero la ferocidad de las sanciones estadounidenses pone todo esto en riesgo. Caminar por las calles de La Habana es ver a niños, padres y abuelos atrapados en una prensa, luchando por salir adelante. Después de 63 años, el embargo no ha logrado su objetivo. No ha dado a los cubanoamericanos la patria libre que anhelan. Solo ha perjudicado a las personas —tanto en Cuba como en Estados Unidos— al restringir el envío de remesas, aumentar la burocracia y frenar el desarrollo empresarial. El embargo también restringe los viajes de científicos como yo, limita el flujo de suministros y tecnología para investigaciones científicas de vanguardia, y evita que científicos cubanos viajen a EE.UU. para intercambios académicos y capacitación.

Mi trabajo en Cuba continuará, ya que sus arrecifes de coral son uno de los pocos lugares que aún ofrecen esperanza para los ecosistemas coralinos del Caribe que estudio y busco proteger. Florida, cuyos ecosistemas de coral están colapsando, se beneficia en gran medida de la biodiversidad marina de Cuba y otras islas caribeñas. Los peces y tortugas marinas migran de un lado a otro entre Cuba y el territorio continental de EE.UU., lo que es una de las razones por las que la recuperación de los ecosistemas estadounidenses podría depender en gran medida de nuestra capacidad para proteger los ecosistemas en Cuba. La estrategia de “máxima presión” de Donald Trump no solo dañará la economía cubana; en última instancia, también afectará a nuestro propio ecosistema, particularmente en mi estado natal de Florida.

El embargo es, en esencia, antiestadounidense. Restringe nuestra libertad de viajar, de relacionarnos con personas de otro país, de trabajar juntos a través de las fronteras para construir un mundo mejor —y unos Estados Unidos mejores—. Estas limitaciones se oponen directamente a los valores, principios y libertades que están en el corazón de lo que nuestra nación pretende representar.

¿Qué podemos hacer? Una forma de presionar por un cambio es contactar a nuestros representantes en EE.UU. Pero, con la administración actual, es poco probable que logremos mucho.

Quizá lo mejor que podemos hacer es viajar a Cuba y conocer la isla —y a su gente— por nosotros mismos. El gobierno estadounidense no lo pone fácil: es ilegal que los ciudadanos estadounidenses visiten Cuba como turistas. ¡Pero aún se puede ir! Existen 12 categorías diferentes bajo las cuales el viaje sigue siendo legal.

Ve a conocer la isla con tus propios ojos, conversa con un primo cubano, un sacerdote, un científico marino, un emprendedor o un artista, y pregúntales cómo han cambiado sus vidas desde que Trump revirtió la apertura de Obama hace diez años. Y antes de ir, infórmate sobre el impacto de las sanciones: un excelente punto de partida es la serie documental de Belly of the Beast La guerra contra Cuba.

Puede que haya pocas esperanzas de un cambio de política en el futuro cercano, pero eso no significa que no podamos ejercer nuestro derecho a relacionarnos con Cuba. En momentos como este, tender puentes a través de las fronteras es más importante que nunca.

Fernando Bretos es director de Cresta Coastal Network, un proyecto de The Ocean Foundation. Se le puede contactar por correo electrónico en fernando@crestacoasts.org.